Black Mirror es uno de los productos audiovisuales más incisivos que han surgido de la televisión actual y ha elegido la tecnología como protagonista principal. La serie despliega una radiografía casi quirúrgica de la incidencia de las nuevas tecnologías y los medios de comunicación en la vida actual o de un futuro cercano.
La serie británica consta de dos temporadas
de tres capítulos cada una. Los capítulos duran menos de una hora y son
totalmente independientes. En ellos, la presencia de la tecnología va más allá de ser un mero telón de fondo o parte del atrezzo para convertirse en el leit
motiv de las historias que se cuentan. Ya sea reflexionando sobre la viralidad de la información en las redes sociales o sobre el voyeurismo insaciable al disponer
del mundo en un clic. Ya sea exagerando la gamificación de la realidad
cotidiana, explorando consecuencias o posibilidades de la realidad
sobrecompartida o humanizando la robótica hasta límites insospechados, Black
Mirror apunta a los recovecos más oscuros de las emociones y actitudes humanas.
Lejos de quedarse en meras cintas de
ciencia ficción de entretenimiento, cada capítulo despliega una lectura rebuscada
y profunda sobre la incidencia de las últimas tecnologías en la vida de las personas.
La visión que ofrece Black Mirror del mundo que se avecina es crítica y a la
vez lúcida. De ahí surge la potencia que desprende cada pieza, películas que a
través de la tecnología y los medios de comunicación hablan sobre nosotros,
sobre las personas, como individuos o como sociedad.
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